Me propongo hablar de las fiestas de la Navidad. Y lo voy a hacer porque nos quieren robar a Cristo, nos lo quieren sacar de la historia. Siempre lo han querido hacer. Este hurto a nuestra fe lo están haciendo con el consentimiento y hasta con la colaboración de nosotros los cristianos.
Nos han querido robar a Cristo desde la superioridad de otras religiones y otros hombres “iluminados” con liderazgo y ascendencia social y colectiva.
Nos la han querido robar desde las teorías e ideologías políticas, desde la ciencia y del progreso.
Desde todos los inventos y teorías humanas, nos han querido robar la autenticidad histórica del Dios hecho hombre que se encarnó para salvar a la humanidad de su pecado. Pero no han podido.
Ahora, nos quieren robar a Cristo desde nuestra propia ignorancia bíblica e histórica; nos los quieren robar desde nuestra propia falcemia teológica. Nos quieren hacer apáticos e indiferentes al hombre que divide la historia y crea una forma nueva de asumir y ver la vida.
Ahora quieren decirnos, y muchos cristianos les están creyendo, que Jesús es un aldeano judío de proceder lejano que no merece una fiesta tan colorida, lumínica, estruendosa y universal como la que casi toda la humanidad le dedica cada año. Nos quieren decir que Cristo es un personaje de leyenda, invento del fanatismo y la subjetividad de un grupo religioso intrascendente y raro.
Los negadores de la verdad histórica de Cristo quieren hacernos creer que su vigencia y actualidad es el resultado que algunos extraños accidentes y fenómenos de la historia y la cultura. Ellos no quieren reconocer ese lugar de regía supremacía y relevancia con la que de una u otra manera toda la humanidad reconoce al Cristo de la gloria.
Parece que para ateos rebeldes y resentidos y cristianos “antinavideños”, las fiestas de fin año no deben estar dedicadas a celebrar el nacimiento del Rey de reyes y Señor de señores.
No quieren entender que son las fiestas del que nació, resucitó y vendrá a esta tierra, no para que celebremos unas navidades normales y corrientes, sino para celebrar, a los ojos de todos, las fiestas más grandes que conocerá la humanidad.
La fiesta que proclama a Cristo como el Señor, Rey y Dueño del universo y de la historia.
Fuente: El Evangélico Digital