De manera muy significativa, a pesar del carácter comparativamente fugaz de la vida de Cristo de tan solo -poco más o menos- 33 años, o de cerca de 90 años si extendemos este lapso también a la iglesia apostólica primitiva del siglo I tal como se recoge en los escritos del Nuevo Testamento, cuando lo contrastamos con los poco más o menos tres o cuatro milenios cubiertos por el Antiguo Testamento, descubrimos un cúmulo sorprendentemente desproporcionado de información documental y arqueológica que aportan gran luz corroborativa a la historia de Jesús y del nacimiento del cristianismo.
La información documental alrededor de la vida y, en especial, del ministerio de Cristo ꟷo lo que se conoce técnicamente como “el Jesús histórico”ꟷ es tan amplia que amerita un tratamiento exclusivo para considerarla de un modo sistemático y con el mínimo de detalle requerido, por lo que en esta serie tocaremos tan sólo de manera puntual lo relativo a su muerte y sepultura y lo que tiene que ver con la corroboración arqueológica del contexto histórico en el que se desenvolvió su vida, así como la de la iglesia primitiva.
En efecto, entre los hallazgos que la arqueología ha hecho alrededor de este contexto se encuentran los relativos a la muerte y sepultura de Cristo que encajan muy bien con los más recientes descubrimientos arqueológicos alrededor de la pena de muerte por crucifixión bajo el imperio romano y el tratamiento que podían recibir las víctimas de esta sentencia, que coinciden muy bien en sus detalles con los relatos evangélicos alrededor de estos eventos, incluyendo el hecho de que se ha establecido que, sin perjuicio del tratamiento general que los romanos hacían de los cuerpos de los malhechores y subversivos crucificados arrojándolos a fosas comunes o dejándolos incluso clavados en la cruz para que fueran devorados por las aves de rapiña, también se ha confirmado que en ciertas ocasiones, las autoridades romanas autorizaban que el cuerpo recibiera sepultura como lo cuentan los evangelios.
En relación con este mismo asunto y las prácticas funerarias de los judíos del primer siglo, en una zona a unos tres kilómetros del monte del templo se encontró una cámara sepulcral del siglo I d. C. que resultó ser nada más y nada menos que la tumba de Caifás, el sumo sacerdote que junto con su suegro Anás, dirigía en ese entonces, según los evangelios, el sanedrín judío que condenó a muerte a Cristo y le pidió al procurador romano Poncio Pilato que lo crucificara, coincidiendo bien la inscripción en uno de los osarios encontrados con la designación que el historiador judío Flavio Josefo hace de él en sus escritos, identificándolo como “José, a quien llamaban Caifás”.
En la misma línea, en Cesarea Marítima se descubrió una inscripción conmemorativa que confirmó que Pilato había sido la autoridad romana de la región en la época en que Jesús fue crucificado, como lo recogen los evangelios y los primeros credos cristianos. Si bien la evidencia documental de escritores judíos como Filón y Flavio Josefo también establecen la existencia de Pilato como gobernador de Judea entre los años 26 y 36 d. C., está inscripción de la cual existe una copia exacta que los turistas y peregrinos pueden ver por sí mismos en el lugar, es un testimonio contemporáneo más a favor de esto y la única inscripción lítica (en piedra) con su nombre y su cargo.
De hecho, como nos lo informa Jeffery L. Sheler: “La evidencia extrabíblica ha confirmado que, el hombre descrito en los evangelios como el procurador romano en Judea, ejercía exactamente las responsabilidades y la autoridad que los autores de los evangelios le atribuyeron”.
Fuente: El Evangélico Digital